Debajo de la aparentemente plácida superficie de nuestros océanos se encuentran fuerzas ocultas que dan forma al ardiente corazón del planeta. Un estudio innovador revela un mecanismo sorprendente que impulsa la actividad volcánica lejos de los límites tectónicos tradicionales: fragmentos continentales se desprenden y son arrastrados hacia el manto, la capa sofocante de la Tierra debajo del fondo del océano.
Este descubrimiento desentraña un antiguo enigma geológico: por qué muchas islas oceánicas remotas cuentan con elementos claramente continentales en su composición, a pesar de residir a miles de kilómetros de masas continentales. Durante años, los científicos han sospechado que estos elementos “enriquecidos”, normalmente abundantes en los continentes, se originaron a partir de sedimentos oceánicos reciclados que se hundieron en el manto o de columnas de roca sobrecalentada (penachos del manto) que se originaron en las profundidades de la Tierra. Sin embargo, ninguna explicación explica por completo las firmas químicas únicas de todas las islas volcánicas. Algunas regiones muestran poca evidencia de reciclaje de sedimentos, mientras que otras carecen del calor y la profundidad necesarios para ser alimentados por las columnas del manto.
La nueva investigación, dirigida por la Universidad de Southampton en colaboración con varias instituciones internacionales, propone una solución radical: los continentes no sólo se fracturan en sus superficies; También arrojan material desde abajo, extendiéndose a grandes distancias que antes se consideraban imposibles. Este proceso se produce a través de “ondas del manto”, perturbaciones que se desencadenan en las profundidades de la Tierra cuando los continentes comienzan a separarse. Imaginemos estas ondas como ondas sísmicas que se extienden desde la ruptura continental, viajando increíblemente lentamente (una millonésima parte de la velocidad de un caracol), pero empujando y desalojando material implacablemente a profundidades de 150 a 200 kilómetros.
Estos fragmentos continentales desprendidos son transportados lateralmente, a veces a más de 1.000 kilómetros, directamente al manto oceánico. Allí actúan como combustible para erupciones volcánicas que duran decenas de millones de años. El profesor Sascha Brune del Centro GFZ Helmholtz en Potsdam describe acertadamente este fenómeno: “El manto todavía siente los efectos de la ruptura continental mucho después de que los continentes se hayan separado. Este proceso no se detiene simplemente cuando se forma una nueva cuenca oceánica: el manto sigue moviéndose, reorganizándose y transportando material enriquecido lejos de su origen”.
La evidencia que respalda esta teoría proviene del estudio de la provincia de los montes submarinos del Océano Índico, una cadena de volcanes submarinos que se formó después de que el supercontinente Gondwana se separara hace unos 100 millones de años. Combinando simulaciones con análisis de datos geoquímicos, los investigadores detectaron un aumento de magma inusualmente enriquecido que entró en erupción poco después de la desintegración de Gondwana. Esta firma química disminuyó gradualmente a lo largo de decenas de millones de años a medida que disminuyó el suministro de material continental desde abajo, todo sin ningún signo de una pluma del manto que impulsara las erupciones.
El profesor Thomas Gernon, autor principal del estudio en la Universidad de Southampton, enfatiza: “Aunque no descartamos por completo las plumas del manto, este descubrimiento apunta a un mecanismo completamente nuevo que da forma a la composición del manto de la Tierra. Las ondas del manto pueden transportar material continental profundamente hacia el manto oceánico, dejando una huella química que perdura mucho después de que los continentes se hayan separado”.
Esta innovadora investigación no sólo aclara los orígenes de la actividad volcánica en partes aparentemente aisladas del océano, sino que también amplía nuestra comprensión de la interconexión y la naturaleza dinámica de los procesos de la Tierra. Destaca cómo eventos geológicos aparentemente remotos pueden reverberar en todo el planeta, dando forma a su superficie e influyendo en su núcleo ardiente durante millones de años por venir.
